Aprender a volver sin que la incertidumbre nos abrume

Aprender a volver sin que la incertidumbre nos abrume

Factura psicológica

Estos días, se está repasando a fondo qué sabemos de la factura psicológica dejada por otras cuarentenas. Un equipo del King’s College de Londres ha publicado en la revista ‘The Lancet’ una revisión de la evidencia científica, analizando decenas de estudios, sobre el impacto de esta medida sanitaria sobre la salud mental y el bienestar psicológico. Una de sus conclusiones es que se da «una alta prevalencia de síntomas de angustia y problemas psicológicos». Los estudios informan sobre «síntomas psicológicos generales, trastornos emocionales, depresión, ansiedad, estrés, bajo estado de ánimo, insomnio, síntomas de estrés postraumático, irritabilidad, ira y agotamiento emocional». El bajo estado de ánimo y la irritabilidad destacan sobre los demás. Pese a que se constata que el impacto psicológico de las cuarentenas es «amplio, sustancial y puede ser duradero, los efectos psicológicos de no aplicarlas y permitir que la epidemia se propague podrían ser aún peores», subrayan los autores del artículo.
Según las estimaciones del proyecto Covid Compass –coordinado por el español Carlos Duarte desde la Universidad de Ciencia y Tecnología Rey Abdullah en Arabia Saudita–, desde que en enero se puso en cuarentena a la ciudad china de Wuhan, las medidas de aislamiento adoptadas en todo el mundo por la covid-19 han permitido salvar la vida de 7,9 millones de personas, 73.000 en España. Lo hemos hecho bien, pero no hay que bajar la guardia para evitar posibles rebrotes como el de Corea del Sur, . Este estudio internacional advierte que todo lo ganado es frágil y puede perderse si no se actúa con cautela al levantar el confinamiento.
«Con la vuelta al trabajo de muchas personas y el alivio de las medidas de confinamiento, se reanudan los contactos y puede darse la transmisión», advierte Pere Godoy, presidente de la Sociedad Española de Epidemiología, en declaraciones a la Agencia Sinc. «La situación es buena, pero tenemos que seguir vigilando y continuar con todas las medidas recomendadas. Sería muy peligroso que nos confiásemos, aún tenemos un porcentaje muy alto de población susceptible de pasar la enfermedad y, si se reactivasen las cadenas de transmisión, las cifras se podrían revertir».
Precisamente, el estudio publicado en ‘The Lancet’ recoge que el hecho de sentir que otras personas se beneficiarán de la situación en la que se encuentra uno mismo puede hacer que las situaciones estresantes sean más fáciles de soportar.

Qué nos preocupa

El miedo al contagio de un familiar (más que el contagio propio); la situación económica laboral y familiar; y la gran incertidumbre del momento son las tres principales preocupaciones que están estresando a los ciudadanos. En cinco días, al final de la segunda semana del estado de alarma, 1.700 personas respondieron a las 23 preguntas de la encuesta lanzada a través de las redes sociales en el marco del estudio sobre los efectos psicosociales del confinamiento que ha realizado el centro de tratamiento psicológico y neuropsicológico Neuroactívate de Zaragoza, junto al grupo de investigación OPIICS (Observatorio para la Investigación e Innovación en Ciencias Sociales) de la UZ.
La neuropsicóloga María Guallart, coordinadora del estudio, destaca que «entre los efectos psicosociales observados se incluyen la irritabilidad, la ansiedad, los problemas para adaptarse a la situación y el aumento de hábitos nocivos para la salud». El miedo y la irritabilidad «pueden perdurar incluso seis meses después y otros estudios dicen que se mantendrán a largo plazo, años. Estar tanto tiempo preocupados puede dejar más huella de lo que pensamos», señala.

Los jóvenes menores de 25 años conforman uno de los grupos más vulnerables a los efectos psicosociales negativos del confinamiento, con una mayor irritabilidad y apatía. Con la desescalada, «veremos cómo responde el grupo de personas entre 36 y 45 años, con más responsabilidades de hijos menores y familiares mayores a cargo. Puede acumular un cansancio excesivo por sobrecarga de tareas o por el estrés de tener tres hijos, que no haya cole y te pidan volver al trabajo”.

El número de hijos influye, según este estudio, no solo en el cansancio, sino en un aumento de la irritabilidad, sobre todo a partir de tres hijos menores a cargo. La disminución de ingresos se muestra como otra variable que incide en una menor adaptación a la situación: aumento de más de tres horas en el uso de dispositivos electrónicos, mayor ingesta de alcohol o tabaco, ingesta compulsiva de comida, peor calidad del sueño y mayor apatía.
No obstante, parece que las secuelas son más notables en personas con problemas previos de ansiedad o estrés. «Varios estudios chinos concluyen que, aunque no es lo mismo estar en 40 metros cuadrados con un montón de niños y sin luz natural, lo que realmente más influye a la hora de afrontar los problemas y las situaciones de estrés es el estado anímico previo y la personalidad”.

Aunque se habla mucho del ‘síndrome de la cabaña’ para referirse a quienes temen salir de casa, Guallart prefiere no utilizar este término porque «parece convertir en enfermedad algo que no lo es en la gran mayoría». Explica que «es normal sentir incertidumbre, miedo, estar más irritable…, forma parte del modo que tenemos de adaptarnos a esta situación extraordinaria», Aunque estos síntomas pueden persistir, «no en todas las personas, y es bueno comprender que estamos viviendo una situación completamente nueva y necesitamos adaptarnos”.

Es más, gran parte de la población saldrá fortalecida. En su estudio, a la pregunta de ¿cómo crees que estás viviendo esta situación?, un 71,40% contestó: «Me estoy adaptando bien y creo que saldré fortalecido». Guallart comenta que «lo normal es que poco a poco vayamos perdiendo el miedo y, si los datos epidemiológicos son buenos, iremos rebajando el nivel de alerta, relajándonos y volviendo a la normalidad, con las medidas necesarias, pero con más tranquilidad». Con la pandemia, «hemos visto que no somos invencibles y tendremos que dar los pasos de la desescalada con calma».
La situación es nueva para todos. Nueva y tan incierta que no nos deja hacer planes. Por eso Guallart recomienda que, por nuestro bienestar psicológico, «ya que la información es cambiante, nos centremos en el momento, en cada semana, y no planificar demasiado para no defraudarnos».

Los miedos de los padres también se contagian

“No toques el ascensor, no cojas nada del suelo, no te sientes en ese banco y, por supuesto, si ves a algún amiguito, ¡no te acerques!». Desde el 26 de abril, tras más de 40 días confinados en casa, los niños de hasta 12 años fueron los primeros en poder salir a dar un paseo. Hay unas reglas que cumplir y «salir a la calle, sobre todo con los más pequeños, se convierte en un sinfín de órdenes que se dan y no se cumplen», señalan las psicólogas Adriana Marqueta y Paola Pérez. «Los padres o tutores deben ser conscientes de que, al salir a la calle, los niños de menor edad esperan que todo sea como antes, y no es así: no es divertido ver gente con mascarillas y guantes, que no se relaciona y a la que no se puede tocar. Da miedo. No pueden besar a sus abuelos y abrazar a sus amigos», señalan. «Aunque parece que están más concienciados de no abrazar que los adultos», añade Pérez. También ocurre que, tras pasear con normalidad, es al volver a la seguridad del hogar cuando el niño expresa el miedo que puede haber sentido, «a su manera, con rabietas y situaciones descontroladas».
¿Qué podemos hacer? Marqueta aconseja «planificar las salidas con ellos: por dónde vamos a ir, qué vamos a hacer si vemos a algún conocido; así como las normas de la vuelta a casa: dónde dejar los zapatos, la ropa o los juguetes que hayamos sacado. Hay que hablar con los niños, son muy inteligentes; si damos órdenes claras, de acuerdo los dos progenitores para no transmitir caos, ellos interiorizan las rutinas y ganan seguridad». Y, si en algún caso, el estrés que les genera salir les supera, también se puede valorar si es preferible quedarse en casa.

De la tranquilidad a la ansiedad

Algunos niños han vivido y viven el confinamiento «con ansiedad, otros con tranquilidad, están tan a gusto que casi no saldrían a dar esa hora de paseo», indica Pérez. En la consulta (ahora telefónica), ha visto cómo el miedo al coronavirus les está causando trastornos del sueño, pesadillas y dificultad para dormir por la noche; también comportamientos irascibles; o, en niños pequeños, retrocesos en su independencia: dejan de ir solos al baño o vuelven a hacerse pis en la cama. El impacto depende de «múltiples factores: cómo es su vivienda, cuántos viven en ella, si tienen jardín, terraza, ventanas a la calle o no; la situación laboral de los padres. Y, en su microentorno: cómo se vive en su casa esta situación, cómo se habla en su familia, cómo se encuentran sus padres emocionalmente, cómo de cerca ha estado el virus, si han fallecido o no personas cercanas, familiares, algún abuelo…».
Los adultos les transmitimos nuestro miedo. «Sobre todo los menores de 6 años pueden no entender la situación, pero sí perciben rápida y nítidamente las emociones que pueden sentir sus padres o tutores, su miedo o su nerviosismo; son esponjas», destaca Marqueta. Incluso en países en conflicto, Pérez recuerda que «lo más importante para el niño no es tanto la guerra como tener a sus padres presentes y la calma que le puedan transmitir». En estos momentos de desescalada, «puede ocurrir que algunos padres estén bloqueados. Si los niños acuden a ellos y no pueden ofrecerles recursos, el niño se sobreactiva (pega, llora) porque no sabe manejarse, y no está recibiendo un adecuado sostén. Es fundamental para estos padres poder llegar a la calma». Aunque la incertidumbre tiene un gran peso psicológico, se puede caminar hacia la calma «a través del contacto, la ternura, el cariño, la aceptación de las emociones, el no juzgarnos».
Realmente no se sabe qué efecto tendrá todo lo vivido en la futura salud emocional de estos niños. Marqueta y Pérez coinciden en que los pequeños tienen gran capacidad de adaptación. «Se adaptan muy rápido a los cambios, pero para que haya resiliencia tiene que haber una figura de apego, el padre, la madre o un tutor que sea el puerto al que llegar y refugiarte. Tenemos que ser esa figura de seguridad y no de temor».
El confinamiento ha sido largo y el porvenir es incierto, pero a su favor juega que «los niños son de vivir el presente, su concepto de tiempo es muy diferente, ellos viven el momento, cuando juegan, juegan, y aún no han aprendido a temer al futuro”.

FUENTE: HERALDO.ES, escrito por Maria Pilar Perla Mateo.